Dice la mujer que son muchas las personas que no creen en su historia. “Y lo entiendo, no es fácil entender cómo una mujer termina siendo criada por monos, selva adentro”, publica el diario El Tiempo.
La vida de la colombiana Marina Chapman parece escrita por el guionista más excéntrico.
Por eso el libro que escribió para narrarla y que acaba de lanzar, llamado La niña sin nombre (The girl with no name), se ha convertido en un best seller, al punto de que canales internacionales como Animal Planet planean traerla a Colombia, a finales de este mes, para reconocer ese bosque tropical donde compartió espacio con primates capuchinos y de paso tratar de recomponer las piezas de su historia.
Marina Chapman no sabe el año de su nacimiento. Mucho menos si fue bautizada.
Lo que sí recuerda con certeza es que a los 5 años fue secuestrada. Sus captores la abandonaron en la selva sin que ella haya logrado comprender el porqué.
Dice que un grupo de monos capuchinos la adoptó y con ellos aprendió a cazar, a alimentarse con frutos de los árboles y hasta pudo comunicarse como ellos, a través de sonidos. Fue un animal más de una selva que, afirma, puede ser la del Catatumbo, en Norte de Santander.
Un día estuvo a punto de morir al comer un fruto venenoso y, agonizante, fue rescatada por un grupo de cazadores.
Cuando era adolescente fue entregada a un prostíbulo, en Cúcuta. Escapó, se dedicó a ser empleada doméstica y solo en ese momento la suerte tocó su vida: conoció a una familia que debía viajar a Inglaterra y que la llevó con ella a Europa como niñera. Allí recibió el nombre con el que se le conoce hoy: Marina Luz.
Mucho antes de viajar, a comienzos de los 70, esa familia lanzó un último salvavidas para tratar de ubicar a su familia biológica: pusieron un anuncio en el Buzón femenino de EL TIEMPO (una herramienta en la que los lectores podían solicitar servicios y el periódico seleccionaba algunos para responderlos y publicarlos) y aunque algunos contestaron, nunca se tuvo comunicación con alguno de sus parientes.
Ya en Bradford (Reino Unido), la ciudad inglesa que la acogió, conoció a Jhon Chapman, un bacteriólogo con quien se casó en 1978 y terminó de construir su identidad. Comenzó por fin una vida normal, aunque ella dice que después de tantos malos tratos, al principio no creía que su relación fuera a ser sólida. Pero se arriesgó, funcionó y tuvo dos hijas.
Esta no es la primera vez que se sabe que una familia de primates adopta a un ser humano. En Uganda se conoció que un niño de 4 años fue abandonado y creció con monos vervet.
Quienes no creen en la historia de Chapman dicen que los monos capuchinos van de un lugar a otro, cubriendo largas distancias, y sería imposible para una niña tan pequeña seguirles el ritmo.
Pero ella insiste en que la prueba de que esto fue real está en sus recuerdos. “Los animales me ofrecieron frutas, nueces y raíces, fui una más entre todos ellos por cinco años. Esto lo logramos mirando la extensión de mi cabello y calculando cuánto crecía cada año”.
Y tanto la habrán influenciado, que todavía tiene la costumbre de acicalar a sus dos hijas, y a sus nietos. Ellas se dieron cuenta pronto de que no tenían una mamá tradicional, cuando, entre otras cosas, la veían subir árboles con agilidad, o notaban su fuerza inusual o la veían golpearse sin mostrar dolor. Ya adultas, una de ellas, Vanesa, le pidió que contara su historia.
Allí nació el libro que hoy es uno de los más vendidos. “No nos importa que nos digan que nada es cierto, que nos digan ‘mentirosos’, solo estamos contando la historia de la familia”, dice.
La vida de la colombiana Marina Chapman parece escrita por el guionista más excéntrico.
Por eso el libro que escribió para narrarla y que acaba de lanzar, llamado La niña sin nombre (The girl with no name), se ha convertido en un best seller, al punto de que canales internacionales como Animal Planet planean traerla a Colombia, a finales de este mes, para reconocer ese bosque tropical donde compartió espacio con primates capuchinos y de paso tratar de recomponer las piezas de su historia.
Marina Chapman no sabe el año de su nacimiento. Mucho menos si fue bautizada.
Lo que sí recuerda con certeza es que a los 5 años fue secuestrada. Sus captores la abandonaron en la selva sin que ella haya logrado comprender el porqué.
Dice que un grupo de monos capuchinos la adoptó y con ellos aprendió a cazar, a alimentarse con frutos de los árboles y hasta pudo comunicarse como ellos, a través de sonidos. Fue un animal más de una selva que, afirma, puede ser la del Catatumbo, en Norte de Santander.
Un día estuvo a punto de morir al comer un fruto venenoso y, agonizante, fue rescatada por un grupo de cazadores.
Cuando era adolescente fue entregada a un prostíbulo, en Cúcuta. Escapó, se dedicó a ser empleada doméstica y solo en ese momento la suerte tocó su vida: conoció a una familia que debía viajar a Inglaterra y que la llevó con ella a Europa como niñera. Allí recibió el nombre con el que se le conoce hoy: Marina Luz.
Mucho antes de viajar, a comienzos de los 70, esa familia lanzó un último salvavidas para tratar de ubicar a su familia biológica: pusieron un anuncio en el Buzón femenino de EL TIEMPO (una herramienta en la que los lectores podían solicitar servicios y el periódico seleccionaba algunos para responderlos y publicarlos) y aunque algunos contestaron, nunca se tuvo comunicación con alguno de sus parientes.
Ya en Bradford (Reino Unido), la ciudad inglesa que la acogió, conoció a Jhon Chapman, un bacteriólogo con quien se casó en 1978 y terminó de construir su identidad. Comenzó por fin una vida normal, aunque ella dice que después de tantos malos tratos, al principio no creía que su relación fuera a ser sólida. Pero se arriesgó, funcionó y tuvo dos hijas.
Esta no es la primera vez que se sabe que una familia de primates adopta a un ser humano. En Uganda se conoció que un niño de 4 años fue abandonado y creció con monos vervet.
Quienes no creen en la historia de Chapman dicen que los monos capuchinos van de un lugar a otro, cubriendo largas distancias, y sería imposible para una niña tan pequeña seguirles el ritmo.
Pero ella insiste en que la prueba de que esto fue real está en sus recuerdos. “Los animales me ofrecieron frutas, nueces y raíces, fui una más entre todos ellos por cinco años. Esto lo logramos mirando la extensión de mi cabello y calculando cuánto crecía cada año”.
Y tanto la habrán influenciado, que todavía tiene la costumbre de acicalar a sus dos hijas, y a sus nietos. Ellas se dieron cuenta pronto de que no tenían una mamá tradicional, cuando, entre otras cosas, la veían subir árboles con agilidad, o notaban su fuerza inusual o la veían golpearse sin mostrar dolor. Ya adultas, una de ellas, Vanesa, le pidió que contara su historia.
Allí nació el libro que hoy es uno de los más vendidos. “No nos importa que nos digan que nada es cierto, que nos digan ‘mentirosos’, solo estamos contando la historia de la familia”, dice.